martes, 27 de mayo de 2008

Mi rotulador blanco


Recuerdo a un profesor que el año pasado nos preguntó: "¿Os habéis planteado por qué al mirar la página de un libro interpretamos las letras como 'manchitas' negras sobre un papel blanco? ¿Por qué no una extraña e informe mancha blanca sobre un papel negro?". Estaba introduciendo el tema sobre las teorías de la Gestalt de la figura y el fondo.
Ver dos caras enfrentadas o una copa depende de lo que cada uno sitúe como el elemento protagonista de la imagen (figura) y como el contexto (fondo). Sin embargo este tipo de ambigüedades solo se dan en imágenes como la de la copa, porque la respuesta de la página del libro es clara y directa: nadie ve una mancha blanca. Y es que otra de las conclusiones a las que llegó esta escuela de la Gestalt fue que entre varias posibilidades, nuestro cerebro interpretará la más simple.
El caso es que hay muchos que, quizás arrastrados por un simplismo mayor aún, encuadrán lo blanco como algo soso porque aún no se ha puesto nada ahí. Pues a mí me gusta el blanco porque representa lo vacío, la pausa, el silencio... No es lo que queda por decir, sino un hueco donde decirlo. Un bloque de mármol del que los grandes artistas puedan sacar sus obras.
Por eso quiero un rotulador blanco. Para pintar esta realidad frenética, llena de colores y de gritos con un poco de luz bajo la que sentarse a reflexionar. No quiero descubrir la pólvora, ni reinventar la rueda. Simplemente, allí donde se dice demasiado reponer un poco el blanco del lienzo en el que los verdaderos artistas puedan plasmar maravillas.

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