
Se trata uno de esos estrenos cercanos al cine independiente que pasa desapercibido por carecer de promoción, pero que uno no debe perderse, no solo por lo agradable que es ver el renacer de una estrella caida en el olvido, sino por la factura de la película en sí.
Un guión extraordinario que nos narra lo cotidiano de una vida de excesos de un luchador que fue grande y ahora busca reconstruir su vida; una dirección que desde la estructura del argumento hasta la fotografía utiliza una serie de recursos que se unen como pinceladas en un cuadro para tomar la forma de la historia; y una actuación soberbia, en la que Mikey Rourke logra desnudar a persona que se esconde detrás del esperpéntico disfraz de luchador.
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