martes, 3 de junio de 2008

Formas, apariencia y nombres


Hoy que un partido está en debate precongresual y España en desaceleración moderada. Hoy que el presidente, Juan Manuel resulta ser íntimo amigo del primer ministro italiano. Hoy que el mundo afronta una crisis alimentaria seguimos sin llamar a las cosas por su nombre. Hoy; hoy es el día en el que volveremos a coger otro eufemismo en lugar de llamar a las cosas por su nombre. Porque hoy ni el libre mercado es libre ni las ayudas son capaces de ayudar.
Hoy nuestro presidente (rebautizado Juan Manuel por su amigo del alma Berlusconi) se reune con otros cincuenta mandatarios de todo el mundo en la cumbre de la FAO en Roma que pretende encarar la inminente hambruna que se nos avecina. Y es que cuando aquí nos quejamos porque la leche y el pan duplican su precio en el hemisferio sur sucumben a la escasez. Hoy, los niños más débiles del patio han pedido una vez más a los más mayores que por favor dejen de comerse su bocata. Y los mayores han contestado con la boca llena a dos carrillos: "no voy a querer el final, te lo puedes quedar".
Y es que en estas reuniónes se ven muchos malabarismos políticos pero nunca se habla de lo que se tiene que hablar. Podemos ver al representante de Irán en la misma sala que el gran enemigo occidental, pero a la hora de ofrecer ayuda no sale más que calderilla de sus bolsillos, que hace poco más que unas migajas para quien se muere de hambre. Cuando el pequeño alza su voz y reclama la justa supresión de las ayudas a la agricultura de sus vecinos del norte, éstos miran hacia un lado mientras su garganta carraspea una vez más. En el fondo no me gustaría verme en el pellejo de uno de esos jefes de estado. De uno que se crea sus palabras, quiero decir. De uno que asuma que es auténtico responsable de que media humanidad se ahogue en la miseria.
Porque cualquiera vuelve a casa y le dice a los españoles que están pagando 60 centimos por productos que cuestan 2 euros. Que el excedente que sobra de estos productos que se venden por debajo de su precio gracias a las ayudas se destina a la exportación y se vende fundamentalmente en el tercer mundo. Que esto, lejos de acabar con la escasez como algunos se imaginarían, lo que hace es aniquilar la agricultura de la zona, que no puede ni competir con esos precios en su mercado local, ni participar en mercados extranjeros porque ésos que le exigieron retirar los aranceles, le gravan ahora con hasta cincuenta impuestos diferentes. Me gustaría creer que sólo esperan a encontrar el nombre adecuado con el que vendernos todo esto (porque aquí si me gustaría que me engañasen) pero encuentro que ya tienen el eufemismo con el que volver a camelar al pobre.

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